De afuera a
mis ventanas
Parte 2
Lo que hace tan incomparable y tan irrecuperable la primera visión de una aldea, de una ciudad en el paisaje es que en ella lo lejano resuena en lo lejano con la más estrecha unión. La costumbre todavía no ha hecho su trabajo. No bien comenzamos a orientarnos, el paisaje desaparece de repente como la fachada cuando entramos en una casa. Este aún no ha conseguido la supremacía debido a la investigación constante, convertida en costumbre. Una vez comenzamos a orientarnos en el lugar, esa imagen primera nunca puede restaurarse. Walter Benjamin, Calle de sentido único, 2016, p.63
Después de observar las ventanas de otras personas, fue entretenido observar mis propias ventanas desde fuera, limitando la sensación de vigilancia a una sola área específica. Situadas en el decimocuarto piso de un edificio cerca de la carretera Chaoyang North, mis ventanas estaban orientadas hacia el oeste y el norte, la mayoría con una altura de 1.35 metros, excepto las del balcón cerrado del dormitorio, ya que eran ventanales reemplazando la pared. Desde afuera, esas destacaban por sus marcos blancos y sus barras de madera rotas a la izquierda; la ventana del baño también se diferenciaba de las demás al tener la mosquitera subida; mientras que mis ventanas norte estaban adornadas con pegatinas navideñas, facilitando su identificación desde el otro lado de la calle. Fue entonces, al ver cómo habían cambiado, que me di cuenta de que nunca volvería a sentir esa primera e irreemplazable impresión de mi edificio—ese día de Octubre 2017 en que supe que aquí era el sitio donde iba a vivir.

Proyecto de ventana de Alper Yesiltas.




Serie de fotos capturando mis propias ventanas desde diferentes puntos de vista.
Al investigar, recordé que el fotógrafo Alper Yesiltas solía fotografía una ventana que daba a su habitación durante doce años (2017), y aunque no fuera la suya; uno de repente la percibe como un ente vivo. Tiene su cortina blanca, su pared que cambia de colores, desde días nevados hasta soleados, y el paso del tiempo la transforma gradualmente hasta que finalmente es destruida, desapareciendo así como la vida misma cuando uno fallece. Esa contemplación activa de la misma ventana a lo largo del tiempo muestra una rara perseverancia en representar el mismo elemento hasta convertirse en una obsesión. En mis fotografías, opté por examinar mis ventanas desde diferentes distancias y ángulos, en lugar de depender de un único marco de referencia, y asimismo pedí a dos vecinos que tomaran una foto de mis ventanas desde afuera, después de indicarles cómo reconocerlas. Compartir mi ubicación exacta con otros disminuyó momentáneamente mi sensación de privacidad; sin embargo, comencé a imaginarme como un extraño mirando esas mismas ventanas años o incluso décadas después, siendo la única entrada que me queda a esa vida pasada que una vez tuve.