De afuera a
otras ventanas
Parte 1
Hay cosas que están a la vista y otras que están ocultas, y la vida tiene más que ver, el mundo real tiene más que ver con lo oculto, tal vez. ¿Qué te parece?
Sin mucha prisa: 13 lecciones de vida con Saul Leiter, Tomas Leach, 2013, min. 45–46.
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Cuando André Vicente Gonçalves emprendió su proyecto fotográfico 'Ventanas del mundo' en 2009, examinó no solo las formas de las ventanas, sino también todo lo que las rodeaba, ya sean materiales, colores, balcones, detalles arquitectónicos, macetas, cortinas, objetos, demostrando que las ventanas de una misma ciudad comparten muchos elementos similares. Lo que el artista y el espectador desconocen, por razones obvias, es lo que ocurre dentro de esos espacios. Incluso después de vivir en un edificio durante años, uno se familiariza con sus vecinos, preguntándose quiénes son realmente y haciendo suposiciones sobre cómo viven. En cierto sentido, los retratos de cuarentena de Adas Vasiliauskas (2020) han intentado ofrecernos un vistazo de algunas familias en sus ventanas a través de su dron; sin embargo, estas fueron escenas escenificadas y no tanto momentos auténticos de vida de interior.
Durante los primeros meses de la crisis de Covid-19, mientras paseaba por los callejones de la residencia, tomé numerosas fotografías de ventanas, prestando mayor atención a la arquitectura durante el día y a la vida social durante la noche. Sin embargo, dado que la mayoría de las ventanas carecían de cortinas, surgieron preocupaciones éticas si debía invadir la privacidad de las personas al fotografiar sus ventanas sin su consentimiento. Por el bien del proyecto, centré mi atención en luces y en los pocos objetos colocados cerca de las ventanas en lugar de individuos en situaciones comprometedoras. Además, notaba frecuentemente que en medio de la multitud de ventanas, el contraste entre luces frías y cálidas mezcladas con la oscuridad de la noche no solo evocaban una sensación de magia, pero también de pequeñez frente a tal presencia deslumbrante de vida. Contemplaba estas luces como composiciones artísticas que desataban mi imaginación, ya que detrás de ellas podía haber una familia cenando, un padre contando una historia a su hija, gente haciendo deporte, una pareja viendo la tele o haciendo el amor. Una habitación iluminada alberga infinitas posibilidades que no tienen porqué ser vistas, sino más bien imaginadas. Es esta ensoñación sin malicia la que nos liberaba de la temporalidad, despertando un eco de esperanza hacia la vida en sus varias formas.