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Diseño social
en la calle

Sobre los sin-techo, 2015–16

Entrevistar a personas sin hogar sobre su entorno diario y sus historias de vida me inspiró a diseñar un artefacto plegable y portátil que pudiera crear seis intervenciones urbanas en Barcelona. Estas facilitarían discusiones entre transeúntes sobre nuestros derechos y necesidades, concienciándonos sobre las exclusiones sociales.

El Camino como experiencia de vida

En agosto de 2014, me dirigí a Irun, una ciudad vasca en la frontera entre Francia y España, para pasar mi primera noche en un antiguo albergue municipal junto a otros peregrinos, todos ansiosos por iniciar el Camino del Norte de Santiago al amanecer. Como agnóstico, para mí, la caminata representaba el deseo de encontrar soledad en medio de lo salvaje, alejado de mis muros en sus entornos urbanos. Durante más de treinta días, presencié la grandeza de la naturaleza a lo largo de la costa atlántica, despertando mis sentidos mientras enfrentaba las fragilidades del cuerpo al caminar en la oscuridad, subir y bajar colinas embarradas, cuidando de mis ampollas, músculos y heridas, resistiendo la deshidratación del sol y protegiendo mi mochila de la lluvia. Sin embargo, en medio de estos desafíos, redescubrí las simplicidades de la vida cotidiana y sus pequeños placeres hedonistas al ser recompensado con cafés, cervezas, frutos secos y bocatas de tortilla así como duchas y siestas al finalizar los treinta kilómetros diarios de arduo esfuerzo. Lo que mi cuerpo pudo sentir fue un mejor control de sí mismo, midiendo distancias con los pasos y percibiendo los entornos a una escala más humana. Lo que mi mente pudo sentir fue más tiempo para sí misma, reflexionando lentamente e introspectivamente mientras compartía experiencias con personas de todos lados.

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Adopté una nueva y enriquecedora rutina, con sus rituales y etapas, reconfortando a quienes buscan aventura sin ser demasiado intrépidos. Despertaba a las cinco o seis de la mañana, caminando hasta las dos con mi mochila de treinta litros, descansando en el pueblo hasta la noche, listo para comenzar de nuevo al día siguiente. A lo largo del camino, las conchas amarillas de vieira no solo marcaban nuestra ruta, sino que su simbolismo nos proporcionaba un sentido de comunidad. Desconocidos me ayudaban cada vez que sufría alguna herida leve y necesitaba comida, agua o refugio, lo que me inundó con un repentino y profundo agradecimiento hacia la humanidad. Este creciente y contagioso entusiasmo por hacer el bien a diario era poco común. Al volver a Barcelona, percibí aún más el contraste al estar más atento a aquellos nómadas que deambulaban por las calles con mochilas y zapatos de senderismo. No eran peregrinos con quienes compartir experiencias pasadas, ya que más allá de su estética mochilera, su condición de personas sin hogar ocultaba un sufrimiento mucho más profundo. El Camino puede darle sentido a nuestras vidas sin sentido, y el altruismo de las personas a lo largo del camino me inspiró a retribuir ese mismo gesto a aquellos que realmente lo necesitaban, para quienes mi aventura de un mes era una realidad cotidiana.

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Voluntariado para las personas sin hogar

En septiembre de 2014, me sumé a un equipo de voluntarios de la ONG Casa Solidaria, que distribuía alimentos a personas sin hogar en una calle frente a la Estación de Autobuses del Norte de Barcelona, a solo cinco minutos a pie del Arco de Triunfo. Cada domingo por la tarde, llevaba treinta plátanos como parte de esta modesta contribución, que se servían junto con comidas calientes, sándwiches, postres y bebidas para casi doscientas personas. La distribución comenzaba alrededor de las nueve de la noche, momento en el que observaba tímidamente una calle tranquila transformada en un área abarrotada y sombría. La coordinación se realizaba con calma, siguiendo una lista y un orden establecido, en el que las personas necesitadas esperaban en fila con su número mientras los voluntarios montaban las mesas plegables y preparaban las cenas para llevar. A diferencia de los comedores sociales municipales, aquí las reglas eran menos estrictas, pero estábamos condicionados por varios factores externos. Sin un techo que nos protegiera en días lluviosos y con el riesgo de que el grupo fuera interrumpido por personas ebrias o drogadas, nuestro entorno era inherentemente precario.

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Durante mis primeros meses, me costó encontrar el enfoque adecuado como estudiante de veinte años, para conectar con el sufrimiento de estos hombres mientras les hablaba como si nunca hubiera ocurrido nada dramático. Paqui y Juan Carlos, una pareja de voluntarios dedicados, me enseñaron que las personas que viven en la calle necesitan no solo cubrir sus necesidades básicas de comida, refugio e higiene, sino también recibir apoyo emocional, como un abrazo, una sonrisa o un momento de conversación. Siguiendo sus consejos, comencé a prestar más atención a hombres como Ignacio, que, aunque a menudo mostraba jovialidad, me recordaba con cierta seriedad las duras realidades de la vida en la calle: la miseria, la discriminación y las incertidumbres diarias. Sus palabras resultaron proféticas cuando trágicamente perdió la vida acuchillado en la pelea de una noche. Muchos otros rostros y nombres pasaron por allí, algunos dispuestos a dar más de lo que recibían, otros solo buscaban conversar, mientras que la mayoría desaparecería algún día sin decir una palabra. Entre todos ellos, destacaba Mateo.

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Mateo, un entrenador de artes marciales congoleño, solía dormir en una pequeña colina en el Parque de la Estación del Norte de Barcelona. Sabio, curioso y optimista, mantenía hábitos saludables entrenando diariamente en el parque, desafiando el estereotipo de las personas sin hogar como individuos perturbados y marginados. Durante una de nuestras conversaciones en la cima de su colina, que él consideraba su oficina, Mateo me enseñó a mirar más allá de las apariencias y a valorar nuestro entorno diario. A pesar de su situación, usaba un banco para estirarse, un árbol para sus artes marciales y escaleras para hacer ejercicios, convirtiendo el parque en su propio gimnasio al aire libre. Me hizo comprender cómo las personas socialmente excluidas pueden reinterpretar los espacios públicos, remodelando su función y uso mientras descubriendo valores ocultos, algo que resonó con mis intervenciones pasadas en paredes.

Entrevistando a seis personas sin hogar

Ellos [los pobres] narran con sabiduría y a menudo con elocuencia sobre cosas que conocen de primera mano de la vida. Hablan con pasión sobre preocupaciones que son locales pero lejos de ser estrechas. Sin duda, también se dicen cosas tontas, y cosas falsas, y cosas descaradamente egoístas o sutilmente interesadas; y también es bueno ver los efectos de estos comentarios. Jane Jacobs, "Muerte y vida de las grandes ciudades estadounidenses", 1961, p.407

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Las ideas de Mateo me inspiraron a profundizar en mi enfoque etnográfico al entrevistar a seis personas sin hogar, incluyéndolo a él, para explorar sus perspectivas e historias. ¿Cómo pueden las vivencias de los sin hogar promover debates sobre el valor de nuestros espacios públicos? Paqui y Juan Carlos me recordaron que la confianza mutua era esencial para que los entrevistados se abrieran, dada su fragilidad y situación personal. Equipado con grabadora, cámara y cuaderno, mis preguntas indagaron en su pasado, su lugar favorito en la ciudad y sus aspiraciones futuras. En aquel momento, a principios de 2015, había dejado definitivamente atrás mis intervenciones en paredes, comprendiendo que diseñar para y con la gente implicaba entablar un diálogo más profundo a nivel personal, conectando lo individual con lo universal.

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En estos encuentros, noté que los seis entrevistados tenían algo que los impulsaba, ya fuera una creencia o una actividad, a pesar de su situación de desempleo y sin hogar. Mateo reiteró que el deporte era crucial para el respeto y la disciplina, brindándole alegría en el parque entre árboles y pájaros, esperando que otros también pudieran beneficiarse. También entrevisté a Santiago, un hombre gay católico de cuarenta años, para quien la música era un "alimento espiritual y un amigo íntimo", permitiéndole bailar y expresar su sexualidad. Tanto Mateo como Santiago parecían individuos dinámicos, dispuestos a ayudar a otros necesitados. Al ser habituales de la ONG, pude seguir su evolución durante dos años. La fragilidad mental de Santiago se hizo evidente meses después de la entrevista, cuando comenzó a tener alucinaciones que lo llevaron a un instituto psiquiátrico en Barcelona. Mientras, Mateo siguió viviendo y ejercitándose en el parque, aceptando trabajos ocasionales y ampliando su círculo social con su energía positiva.

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Los otros cuatro entrevistados no los encontré en la ONG, sino directamente en las calles, durante mis paseos meditativos en busca de inspiración. Sebastián, un artista argentino de Santa Fe, estaba empleando la filosofía como fuente para su voluntad nietzscheana de sobrevivir, con ilustraciones que buscaban desarrollar 'un proyecto de filosofía gráfica que explorara una nueva sintaxis a través de símbolos'. Frente al museo MacBa, Sebastián decía disfrutar del momento presente a través de cosas simples y novedosas, como nuestra conversación, que lo abstraía de su rutina diaria. No muy lejos de allí, Rafael, florista de Valencia, era un hombre alegre a quien descubrí creando pequeños dibujos impregnados de su sentido del humor, con escenas y personas que lo hacían reír. En el área del Born, Rafa apreciaba poder 'despertarse todos los días para ver el amanecer, la luz del sol, disfrutar de un café tranquilamente y empezar a dibujar después de las once'. Sebastián y Rafa parecían ser individuos bastante creativos, interactuando con transeúntes a través de sus dibujos.

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George, un guitarrista checo que encontré cantando cerca del Parque de la Ciutadella, decía sentirse conectado con los demás mediante la música. Sin embargo, fue lamentable incluirlo en mi estudio, ya que apenas podía articular un pensamiento coherente. En ese momento, carecía de la madurez para reconocer los desafíos que esto presentaba para un proyecto de investigación social. Por otro lado, Alessandro, un hombre italiano afligido que estaba sentado en el suelo con su perro Otto, había escrito "La vida es bella" en un trozo de papel cerca de la Rambla, anhelando más literatura e incluso expresando su disposición para sacrificar su vida si eso significaba poner fin a las guerras. De manera irónica, le divertía observar a turistas adinerados con bolsos de lujo tomando fotos de su mensaje esperanzador, sorprendidos que provenga de un hombre sin hogar. Mientras Mateo, Sebastián y Rafael parecían más saludables y arraigados, Santiago, George y Alessandro ciertamente se sentían más afectados por su condición, con sus mentes divagando fácilmente y su mirada a menudo perdida en algún lugar en el vacío.

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Me pareció curioso que el lugar donde pasé media hora con cada uno de ellos resultara ser su área urbana favorita en la ciudad. Durante esos momentos íntimos, comprendí que, más allá de estar motivados por el deporte, la música, la filosofía, el arte y la literatura, todos tenían un profundo deseo de contribuir más a la comunidad humana. Buscaban conexión, comunicación, reconocimiento, anhelando no ser ignorados ni menospreciados en su aburrimiento y soledad, como si el arte y el amor tuvieran tanta importancia como la comida y el refugio en su jerarquía de necesidades. ¿Mis entrevistados ya poseían rasgos tan filosóficos y artísticos antes de quedar sin hogar, o fue esta terrible situación la que fortaleció cualidades ocultas dentro de ellos? Al escuchar las historias de estos olvidados, anónimos y excluidos sociales de nuestra sociedad, y sus percepciones de nuestros entornos cotidianos, me sentí inspirado para expresarlo todo. Estos momentos quedaron grabados en un rincón de mi mente, animándome a desarrollar lo que se convertiría en un nuevo proyecto de investigación-acción en las calles de Barcelona.

Diseñando el artefacto

El proyecto comenzó oficialmente en la primavera de 2015 al esbozar ideas para una serie de intervenciones que, por un lado, concienciarían sobre las historias de mis entrevistados hacia un público amplio, haciendo lo invisible más visible en los espacios públicos. Por otro lado, más allá de la comunicación, estas intervenciones podrían crear transformaciones físicas efímeras, recreando escenas domésticas en las calles, con la intención de provocar a los transeúntes mientras reflexionan sobre el valor de nuestros hogares, calles y entornos cotidianos. Para lograr estas intervenciones, decidí diseñar un artefacto versátil, plegable y portátil que pudiera cumplir diversas funciones, conectando comunicación y acción, para desplegarse en diferentes espacios públicos de Barcelona. Inspirado en paneles visuales emergentes, diseño de muebles flexibles y estructuras de acordeón, probé mis ideas a través de modelos a escala 1:4 de cartón y madera.

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Después de tres meses de investigación y experimentación iterativa, el artefacto tomó forma como una estructura compuesta por doce cuadrados modulares, cada uno con medidas de cincuenta centímetros, y, si desplegado en el suelo, abarcaba dos metros por metro cincuenta. Diseñado para ser ligero pero también resistente al viento y personas, la estructura estaba hecha de cartón de alta resistencia y corcho, con perfiles de PVC y bisagras que conectaban cada pieza. Cortados con precisión láser, cada cuadrado tenía cuatro agujeros en las esquinas para usar tubos que los suspendan, o para unir y reforzar módulos con llamadas "piezas Lego". Con este fin, fabriqué dieciséis tubos de alturas variables: ocho de cincuenta centímetros y ocho de un metro, algunos de los cuales tenían un tope de madera para permitir extensiones si alguna combinación adicional lo requería. El artefacto, junto con los tubos y componentes más pequeños, se colocaron finalmente en una gran caja de madera DM con ruedas, fijados con un manillar multifuncional, listos para tomar las calles y plazas de Barcelona.

La estructura y piezas del artefacto diseñadas con madera, cartón y corcho.

Como diseñadores, podemos pagar dando el diez por ciento de nuestro talento y nuestra cosecha de ideas al 75 por ciento de la humanidad necesitada.

Victor Papanek, Diseño para el mundo real (1983)

Seis intervenciones para promover el debate

El artefacto recibió el nombre de 'Some.where', símbolo de un espacio idealizado dentro de la ciudad, con un punto central entre las dos palabras que representa la amalgama de historias, intervenciones y reacciones. 'Some.where' no está en cualquier o ningún lugar, sino específicamente ubicado en tiempo y espacio. Inspirado por ideas de las entrevistas, el proyecto ha comprendido seis intervenciones efímeras: tres enfocadas en comunicar las historias de las personas sin hogar y tres centradas en modificaciones funcionales del espacio público. Al desplegarse, los transeúntes eran invitados a contestar preguntas temáticas o participar en actividades, a menudo resultando en contribuciones visuales en papel. Estas interacciones servían como el núcleo del proyecto, con el artefacto actuando como un catalizador comunicativo, casi una excusa para estimular el diálogo entre desconocidos. Una vez finalizadas las intervenciones, el artefacto era plegado y la interacción entre personas se desvanecía, devolviendo la calle a su estado original.

El artefacto en contexto antes de ser utilizado, seguido de imágenes de sus diferentes combinaciones.

El proyecto fue concebido como una historia, el artefacto actuando como el libro y las intervenciones como sus capítulos. La primera intervención, cerca del Arco de Triunfo, buscaba exponer paneles visuales que retrataban las historias de mis seis entrevistados, acompañados de extractos de audio reproducidos a través de altavoces. Los transeúntes eran invitados a reaccionar a lo que veían o escuchaban con una palabra o dibujo, dando inicio a conversaciones donde podían compartir libremente su entusiasmo, dudas, opiniones y experiencias personales. Por ejemplo, dos mujeres mayores admitieron sentirse "demasiado mayores para entender estas cosas", una familia comentó que "solo así podemos elevar la conciencia social", y un hombre mayor compartió sus experiencias pasadas de estar sin hogar en Argentina. Estos breves pero significativos intercambios entre desconocidos marcaron, para mí, un paso importante hacia la reconexión de los ciudadanos en espacios públicos.

Entrevistas -
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Calle Rec Comtal 24, zona de Sant Pere, distrito de Ciutat Vella, 7 de junio de 2015, de 12:00 a 14:00.

Mientras el artefacto yacía horizontalmente en el suelo en su forma más básica, adquirió un rol más práctico como banco urbano en la segunda intervención. Para esto, elegí el frente de una biblioteca en el área del Raval, donde dos barras de diseño defensivo impedían acostarse, requiriendo que el artefacto las transformara en un espacio inclusivo para sentarse y discutir. Estas barras estabilizaron la parte horizontal del artefacto, pero durante el proceso de encontrar la combinación correcta, marcamos las piezas con sus primeras cicatrices, enfatizando la importancia del uso contextual, aunque esto implicara repararlo después. Inicialmente, los transeúntes me confundieron con un voluntario buscando donaciones, lo que me llevó a cambiar mi enfoque al preguntarles sobre su lugar favorito en la ciudad y qué actividad prohibida les gustaría realizar allí. Esto modificó sus actitudes, lo que generó discusiones sobre el Raval y otras áreas, donde recogí reivindicaciones como encontrar más espacios para sentarse y beber en el suelo mientras escuchando música en vivo.

 

 

15 Calle Maria Aurèlia Capmany, El Raval, distrito de Ciutat Vella, 7 de junio de 2015, de 18:00 a 19:30.

La tercera intervención, al igual que la primera, buscaba seguir comunicando las historias de mis entrevistados. Sin embargo, en lugar de presentar sus perspectivas a través de muestras impresas, esta vez fueron editadas en un video de cinco minutos que mostraba sus entornos diarios. Este video fue luego proyectado sobre el artefacto, que se había transformado en una pantalla de un metro y medio de altura, ubicada en una pequeña plaza entre los distritos del Eixample y Gracia. A diferencia de las intervenciones anteriores, en esta ocasión recibí la colaboración de un grupo más numeroso, quienes me ayudaron a plegar y desplegar las piezas. Inicialmente, pasé por alto la pendiente de la plaza, lo que destabilizó el artefacto, pero juntos encontramos una posición estable parecida a la letra C. Al conectar mis cables a un estudio cercano, proyecté el video sobre la pantalla, involucrando a algunos espectadores a conversar sobre sus experiencias personales en su propia calle.

Plaza Narcís Oller, distrito de Gracia, 10 de junio de 2015, de 21:00 a 22:30.

Tras la segunda intervención, que cuestionó el diseño defensivo y las prohibiciones urbanas, la cuarta intervención en el distrito de Sarrià, una de las áreas más opulentas de Barcelona, tuvo como propósito convertir el artefacto en un pequeño refugio en respuesta a los recientes desalojos. Al citar un transeúnte, quien afirmó que "un techo es lo primero que tiene un hogar", me inspiró a crear uno utilizando el artefacto en forma de L. Esta estructura tenía una manta en el suelo y una pared de cartón para protegerse del viento, emulando las condiciones enfrentadas por muchas personas sin hogar al dormir al aire libre. La plaza de Sant Vicenç brindó un espacio íntimo y sereno para la reflexión, donde se interrogaba a los presentes con: ¿Qué significa "hogar" para ti? Un hombre compartió que su esposa e hijos eran su hogar, instándonos a todos a reflexionar sobre los elementos esenciales que valoramos en él y a apreciar el privilegio de tener uno.

Plaza de Sant Vicenç, distrito de Sarrià, 14 de junio de 2015, de 18:00 a 19:30.

Mientras Mateo inspiró la segunda intervención al diseñar un banco, Alessandro inspiró la creación de una biblioteca urbana en esta quinta ocasión. El artefacto se convirtió en una estantería y mesa para exhibir libros de segunda mano, y mientras lo construíamos con mis dos asistentes de la mañana, un joven se me acercó diciendo: "Ayer te vi en Sarrià, hoy te veo aquí en Gràcia, ¿qué tienes planeado para hoy?" Fue una coincidencia inesperada, ya que luego nos ayudó a desplegar la estructura. Una vez estabilizada, comenzó una actividad en la que se invitó a los adultos a escribir sobre lo que significaban los libros para ellos, mientras que a los niños se les pidió que dibujaran un recuerdo; ambas contribuciones siendo intercambiadas por un libro de su elección. Esta intervención atrajo a familias, personas mayores, un editor de libros que escribió sobre cómo los libros expanden nuestras mentes al mundo, un maestro y muchos otros participantes, incluido la panadera local que incluso se unió para pintar.

 

Plaza Gal·la Placídia, distrito de Gràcia, 20 de junio de 2015, de 13:00 a 15:30.

La sexta y última intervención en las calles de Barcelona tuvo lugar en el área de Poble Nou, cerca de la playa, y tenía como objetivo revivir las historias de mis entrevistados, al igual que la intervención inicial, pero a través de seis nuevos paneles visuales y audios que comparten sus recuerdos y sueños, concluyendo esta aventura. Involucramos a los transeúntes en una conversación sobre lo que deseaban ver sucediendo en las calles que actualmente no estaba pasando. Una mujer expresó su deseo de que los balcones "hablaran más" con las calles, otra deseaba áreas más seguras y verdes para que los niños jugaran, mientras que otra lamentaba la falta de acciones de protesta. La mayoría de los participantes esperaban más iniciativas para abordar los problemas actuales en su barrio, como docenas que soñaban, por ejemplo, con ver menos coches. Esta vez, la estructura del artefacto consistía en una mesa cuadrada compuesta por cuatro módulos y otra más alta compuesta por dos módulos, siendo una de las mejores combinaciones junto con el banco. Una hora más tarde, las piezas fueron devueltas a la caja, cerrando otro capítulo, alejándome con mi maleta de madera llena de sueños y conversaciones.

 

Recuerdo y sueños -
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Parque Poble Nou, área de Poble Nou, distrito de Sant Martí, 20 de junio de 2015, de 18:30 a 20:00.

Durante junio de 2015, el artefacto recorrió cuatro áreas completamente diferentes de Barcelona, y sus seis intervenciones, a menudo con una duración de más de una hora cada una, dieron inicio a un proceso continuo de investigación-acción, fomentando la discusión sobre nuestros derechos como ciudadanos y los entornos urbanos. Estas experiencias e interacciones generaron ideas valiosas para futuras intervenciones. Por consiguiente, el proyecto buscaba demostrar que una acción efímera en la calle podía ser el prólogo de una acción más duradera, esta vez, en la intimidad de las personas que observaron o participaron en dichas intervenciones, invitándolas a la introspección, al desarrollo personal y, en última instancia, a un proceso de transformación social.

Video resumen de todas las intervenciones y combinaciones del artefacto durante dos semanas.

Los doce paneles gráficos de la primera y última intervención.

La narración de las intervenciones y los datos cuantitativos recopilados de los transeúntes.

La presentación del proyecto a tutores y compañeros de clase.

Diseño para el impacto social

A finales de noviembre de 2015, me invitaron a presentar este proyecto como parte de un taller en el Museo del Diseño de Barcelona, con el fin de promover el diseño como una herramienta para el activismo social y profundizar en la relación simbiótica entre el diseño y la etnografía al invitar a un grupo de participantes a explorar preguntas sociológicas inspiradas en las intervenciones. Entusiasmado con esta nueva oportunidad de desplegar el artefacto, aunque fuera en un interior, intenté cuestionar si el proyecto Some.where podría ser considerado una pieza de diseño social, en un campo de investigación-acción que es colaborativo e inclusivo. Curiosamente, en mis seis intervenciones urbanas, nunca estuve solo desplegando el artefacto y la mayoría de los transeúntes que se detuvieron para interactuar con nosotros aprovecharon la oportunidad para hablar sobre su vecindario como si el artefacto mismo, en su forma transformadora, facilitara este intercambio de palabras y miradas. La comunicación fue el resultado oculto del proyecto, no el artefacto ni las intervenciones, pero sin ellos, tal comunicación no habría sido la misma. Los participantes del taller llegaron a darse cuenta de que hablar y escuchar activamente dentro de un contexto dado, discutiendo tanto la rutina como reflexiones intelectuales más profundas con otros, era un factor impulsor de cambios sociales.

En junio de 2016, un año después, dejé tanto la ONG como Barcelona, habiendo dedicado gran parte de mi tiempo libre a colaborar con ellos, incluso retratando sus valores a través de un vídeo promocional donde entrevisté a voluntarios y personas sin hogar. Sin embargo, fue Mateo quien, una vez más, me hizo reflexionar sobre el potencial de la comunicación visual y el diseño como herramientas para empoderar a las personas. En mi último mes, lo ayudé a promocionar sus servicios de entrenamiento de artes marciales a través de dos videos cortos, mientras diseñaba su tarjeta de visita, currículum e incluso le enseñaba a usar el ordenador. Antes de irme, me dio un consejo: "¡Crea tu propia suerte! Construye tu personalidad. Debes luchar para progresar. Nunca he pedido ayuda. La gente me ha ayudado porque querían. Les gustaba mi honestidad y mi forma de vivir en paz." Mateo no solo desafió mi perspectiva sobre el valor de nuestro entorno, al igual que el Camino lo hizo al mirar más allá, sino que también cambió mi papel como diseñador al investigar nuevos métodos de comunicación y colaboración en espacios urbanos, demostrando que incluso aquellos que están socialmente excluidos pueden ofrecer una perspectiva refrescante sobre el entorno cotidiano, hasta el punto de cuestionar, en nuestra ceguera, si hemos aprendido a valorar lo que ya tenemos.

El video promocional que permitió expresar lo que la ONG estaba haciendo y lo que nos hacía sentir.

Los videos y material gráfico diseñados para apoyar a Mateo en su clases de artes marciales.

La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede divorciarse de la cuestión de qué tipo de personas queremos ser.

David Harvey, Ciudades Rebeldes (2012)

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