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Anécdota en
el ascensor

Anécdota como método,
el ascensor como espacio

Los ascensores suelen reunir el microcosmos de un edificio en un pequeño espacio confinado por un corto período de tiempo. En un edificio residencial, los vecinos suelen tomar el ascensor desde la planta baja hasta su planta e inversamente, yendo y viniendo, tocando el botón que les corresponde, esperando en silencio a que se cierren las puertas y luego un minuto o dos dentro de esa caja metálica antes de dejarla atrás y seguir con sus actividades. En el documental “Lift” (2001), Marc Isaacs narra un retrato sencillo, honesto y cautivador del ascensor de un edificio de Londres y la vida de sus residentes al permanecer dentro del ascensor con su cámara durante diez horas al día a lo largo de dos meses. En esta práctica, la mirada atenta de Isaacs capta instantes de lo mundano en su lentitud, vacío, espontaneidad y humanidad, mostrando fragmentos de vida en su belleza y tragedia cuantas más personas interactúan con él y se desvelan dentro del ascensor, transformándolo de forma repentina en un espacio de reflexión suspendido en el tiempo. Hace preguntas sencillas, algunas más íntimas que otras a las cuales unos vecinos entablan breves conversaciones con él, dentro y fuera del ascensor. Su primera pregunta es ordinaria pero también representativa de lo primero que nos gustaría saber de las interacciones sociales que suelen tener lugar en un ascensor (min. 2.12):

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Marc Isaacs: ¿La gente se habla mucho en este ascensor?
Mujer: A veces, cuando nos conocemos.
Hombre: Sí.

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Marc Isaacs retrata a las personas pero también representa el ascensor como un espacio mecánico frío con su luz artificial, sus paredes de acero, cables metálicos y polea, sus sonidos cuando se abre la puerta, su voz automática que dice que las puertas se están cerrando o es la planta baja, su música, su panel de botones y números digitales, sus texturas e incluso sus moscas, como metáfora de Isaacs siendo una “mosca en la pared” ya que puede ver y escuchar lo que sucede en el ascensor en todo momento. Sin embargo, su presencia no es ignorada e incluso se graba a sí mismo durante el documental, haciendo resaltar su postura subjetiva. Su proyecto es local ya que hablamos de personas concretas en un lugar concreto, pero también es universal ya que somos muchos en haber vivido estas conversaciones cortas, aparentemente insignificantes, en un ascensor. Por ejemplo, en el ascensor de mi edificio en Pekín, la gente no suele conversar ni decir “hola” y, si lo hace, es para preguntarme a mí, al extranjero, de dónde vengo. Una vez respondí a esa pregunta al hombre apropiado y así es como conseguí trabajo en febrero de 2018.

Muchas situaciones corrientes pasan en un ascensor, pero cuando unas se recuerdan más que otras, como cuando el ascensor funcionó mejor que páginas web de búsqueda de empleo, y “algo” se puede aprender de ellas, se convierten en anécdotas. Las anécdotas son historias breves sobre un incidente de la vida privada que “parecen exigir ser contadas, que se pongan en circulación” (Michael, 2012: 25). La anécdota, como método analítico, está estrechamente relacionada con la auto-etnografía en el estudio de un evento que ha afectado al narrador de cierta manera que hace que esa experiencia personal sea considerada “anecdotalizable” (ibid: 26). La anécdota relata un episodio de la vida social fuera de lo común, una diferencia que rompe con la uniformidad del contexto. Es valiosa para su autor porque da vida a un concepto de forma relevante a través de un ejemplo de la vida real, pero también para las personas que la leen o escuchan, ya que pueden reaccionar e interpretarla de formas diferentes. Atento a la relación entre anécdotas y ascensores, aquí presento la que me ha incitado a hacer dicha asociación.

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A fines de febrero de 2018, después del Año Nuevo chino, era mi cuarto mes viviendo en Pekín con mi pareja, con una visa de negocios, que solo podía permitirme quedarme tres meses renovables. Me estaba quedando sin tiempo. Después de una experiencia decepcionante en un breve proyecto audiovisual para una fundación internacional, buscaba un trabajo y el permiso de residencia que lo conlleva. Un viernes por la noche, entré en el ascensor y apreté el botón del decimocuarto piso cuando un hombre que estaba dentro y que iba al vigésimo piso me miró fijamente mientras las puertas se cerraban. Bajo aquella luz amarillenta, me quedé en la parte trasera y Oliver, el desconocido, se quedó delante e inició una conversación que duró un par de minutos:

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Oliver: ¡Hola!
Thomas: (Sorprendido) ¡Hola!
Oliver: ¿De dónde eres?
Thomas: Soy francés, pero he vivido muchos años en Barcelona, en España.
Oliver: Oh, eres francés. (Cambia de expresión) ¿Estás buscando trabajo?
Thomas: (Sorprendido) Sí. Estoy buscando uno en este momento.
Oliver: Bien, bien. Trabajo en un programa francés. ¿Conoces la universidad BISU?
Thomas: Sí, la universidad de Pekín. Es una muy buena universidad.
Oliver: No, BISU... es donde trabajo, está muy cerca de aquí.
Thomas: Sí, creo saber (no tenía idea de qué universidad estaba hablando) Bueno, es mi planta. ¿Me puede dar su WeChat y le envío mi CV? Así le enseño lo que hago.
Oliver: Sí, puedes escanearme.
Escanée su código QR de WeChat mientras sujetaba la puerta del ascensor.

Thomas: Bien, gracias, le enviaré mi CV esta noche. Adiós.
Oliver: Adiós.

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Sorprendido por la rapidez de la oferta, abrí la puerta del apartamento y le dije a mi pareja: “¡No te puedes imaginar lo que acaba de pasar en el ascensor! Encontré trabajo”. Más tarde esa noche le envié mi curriculum y una copia escaneada de mi pasaporte a Oliver y tuve una entrevista con él el lunes por la mañana. Tuve otra entrevista con una pequeña empresa por la tarde, pero como no fue lo que esperaba, tenía mi decisión tomada. Firmé el contrato de Oliver el martes y comencé a trabajar el jueves de esa misma semana como profesor de arte en EWFZ, una escuela afiliada a la Universidad de Estudios Internacionales de Pekín (BISU). Más adelante, las reacciones de las personas a esa anécdota fueron desde “qué suerte tienes”, “creaste tu propia suerte”, “puedes agradecer el ascensor de haber permitido que Oliver esté allí en este momento”, “Oliver estaba buscando desesperadamente un nuevo profesor a través de agencias y justo tú has aparecido”, a interpretaciones más místicas como “ambos estabais predestinados a encontraros en el ascensor”. Como tal, esta anécdota podría ser una herramienta para mostrar cómo la gente encuentra trabajo en lugares inesperados o, por otro lado, cómo el ascensor crea conversaciones absurdas sobre, por ejemplo, la nacionalidad de uno, siendo la pregunta “de dónde eres” una premisa para conseguir trabajo en un país donde los trabajos de enseñanza para extranjeros son muy comunes. Cabe preguntarse si mi nacionalidad contaba más que mis capacidades para asumir este puesto de trabajo, y no hay duda de ello, al menos, en este primer encuentro. El ascensor reunió a dos personas que no se conocían entre sí y que no buscaban juntarse necesariamente, pero que no tenían otra opción que estar en el mismo ascensor para volver a casa. Como siempre hay poco tiempo en un ascensor, las charlas son cortas y, como se muestra en esta anécdota, pasamos directamente a lo esencial en un intercambio bastante pragmático de preguntas y respuestas como si se tratara de un evento de citas rápidas de un minuto.

 

En casi cuatro años, otras interacciones tuvieron lugar en ese ascensor, desde sonreír a bebés o perros, hablar con ancianos sobre el clima y Francia, pero poco más, ya que, como lo dije antes, la gente suele estar silenciosa, y yo estoy la mayor parte del tiempo en mis pensamientos o mirando los anuncios en las paredes que, por cierto, no deberían permitirse en tal cantidad en un edificio residencial. Más allá de las conversaciones, los ascensores pueden hacernos pensar en detalles que podrían valer la pena estudiar como el derecho a publicitar, presionar botones con palillos o pañuelos en época de Covid; la posición de uno en un ascensor ya sea en la parte trasera, en un costado, ya sea cerca del panel como encargar de apretar el botón de “cierre de puertas” a cada piso; las colas en la planta baja de los edificios de oficinas y cómo sobrepasarlas con astucia; la experiencia de quedarse atascado en el ascensor; la suspensión en el tiempo y el espacio, una suspensión física y mental donde puede ocurrir algo o nada, en una situación que no controlamos. Hay que decir que todas estas dinámicas de ascensor no necesariamente se convierten en anécdotas. Como hemos visto, las anécdotas de ascensor son relatos breves que nos hacen recordar lo que sucedió dentro de un ascensor en un momento muy concreto, y al compartirlas también se comparte conocimiento de forma entretenida. Es un ejercicio que busca activar la memoria y cuyos resultados pueden ser útiles para uno mismo y los demás, para el presente y el futuro.

Publicado: 4 de julio de 2021

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